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bereshit
PARASHÁ BERESHIT
Por Isaac Bonilla
(Génesis) 1:1-6:8
Haftara: Yeshayahu (Isaías) 42:5-43:10

 

Sin duda alguna la parasha Bereshit es mi favorita, lo digo abiertamente: una de mis pasiones al estudiar la Torah es arribar a la parasha Bereshit.

Absolutamente todas las parashot son excelentes, toda la palabra de Hashem es perfecta y es un alimento para nuestras almas; sin embargo la narración de los inicios tiene tantas cosas que se me hace muy poco tiempo y el espacio para hablar y escribir apropiadamente de ello.

La historia de la creación es suficiente para escribir a favor de las pruebas científicas y filosóficas del creacionismo bíblico y exponer las distintas falencias de la teoría de la evolución, sumergirnos en los conceptos de “imagen y semejanza” de Génesis 1:26 sería muy buen tema y podríamos discutir sobre el apartado de la guía de los descarriados del Rambam. En fin, podemos discutir sobre muchos temas en esta parasha. Sin embargo únicamente nos centraremos este año en ciertos tópicos que generalmente son relevados a un segundo lugar por nuestro estudio anual de Bereshit. En esta ocasión hablaremos sobre: Nuestro deber ante la creación, las sangres de Abel.

 

Nuestro deber ante la creación
según las escrituras y el judaísmo

Lo admito, si hay algo que odio ver es cuando la gente tira basura a las calles, me hace preguntarme si en verdad es tan difícil encontrar un basurero y tirar la basura en su lugar. Recientemente en El Salvador ha habido una serie de muertes por insuficiencia renal por tóxicos que una compañía irresponsable tiro en lugares equivocados. El mundo está cada vez más convulsionado y podemos decir juntamente con Pablo que: “la creación gime a una” (Romanos 8:22). Somos testigos de contaminación y nosotros muchas veces nos unimos no cuidando de este maravilloso mundo en donde hemos sido puestos. ¿Tendrá la biblia y la tradición judía algo que enseñarnos sobre esto? Claro que sí. Leemos en Bereshit (Génesis) 1:26:

“Entonces dijo Elohim: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza, y ejerzan dominio sobre los peces del mar, sobre las aves de los cielos, sobre el ganado, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que repta sobre la tierra” Y además: “Tomó pues, YHWH Elohim al hombre y lo puso en el huerto de Edén para que lo cultivara y lo guardara” (Génesis 2:15. Versión textual).

¿Cuál era el objetivo de poner al hombre en el huerto? Guardarlo, cuidarlo. El hombre debía de ser el administrador de la tierra, quien guardara de la creación. ¿Cuál será la consecuencia si Adam y su descendencia no guardaban la creación? Leemos en el midrash: “Cuando el Santo Bendito sea, creó al primer hombre, le tomó y lo condujo alrededor de todos los arboles del huerto de Edén, y le dijo: Contempla mis obras ¡Cuan bellas y maravillosas son! Y todo lo que he creado, lo creé para ti. Cuídate de no dañar ni destruir mi universo: porque si lo dañas, no hay nadie para repararlo después de ti”. (Kohelet Raba 7:20)

¿Hemos cumplido con nuestro propósito original? En un 99% no, basta ver las catástrofes naturales producto de nuestra indolencia y negligencia. No solamente hemos perdido el rumbo de nuestro propósito espiritual, sino ¡También del físico y más elemental de nuestros roles! La humanidad clama por ser redimida y que el hijo de Java, el Rey Mesías venga prontamente para hacer que haya cielos y tierra nueva donde mora la justicia.

Mientras tanto ¿Cuál debe de ser nuestro accionar como hijos de Elohim y discípulos de Yeshúa? Nuestro andar debe de ser el mismo que Hashem dio a Adam: Guardar, proteger la creación. Es inconcebible que un hombre pueda ensuciar el ambiente y tirar basura en un lugar inapropiado; que un creyente lo haga es impensable.

Como discípulos del Mesías debemos de dar el ejemplo y hacer todo lo posible para que la tierra en donde vivimos sea preservada. Ningún creyente debe de tirar basura en la calle, en los ríos, en lagos, no debe desperdiciar el agua y hacer que desordenes ambientales sucedan. Todo discípulo del Segundo Adam debe procurar que la tierra en donde el primer Adam nos dejo, luzca lo mejor posible esperando al Segundo Adam para que traiga la redención final a este mundo. Al hacer esto estamos contribuyendo a la redención del mundo al santificar el nombre de Hashem entre las naciones y también estamos cumpliendo el mandamiento de guardar la tierra y “amar a tu prójimo como a ti mismo”.

Alguno dirá: ¿Acaso no el Mesías hará la renovación de la creación? ¿Por qué ser responsables de esta edad presente que llegará a un final? En primer lugar porque es un mandamiento y en segundo lugar, el destino final de gloria mesiánica del mundo, no nos anula el deber de cuidar del estado presente de la tierra. De igual manera, todos los habitantes del mundo adorarán al verdadero Elohim (Dios) en el reino mesiánico ¿Significa eso que no debemos enseñar contra la idolatría actualmente? De ninguna manera.

El hecho que el Rey Mesías renovará la tierra no es algo que debe hacernos displicentes en cuidar este hermoso planeta; todo lo contrario, debe de exhortarnos a imitar la labor restauradora que el Mashíaj hará. Mientras trabajamos material y espiritualmente para rectificar este mundo estaremos haciendo la labor que Hashem nos ha dado, es un privilegio restaurar su mundo material y espiritualmente y cuando venga el Mesías, disfrutaremos de un mundo como nunca lo hemos visto. ¡Que sea pronto y en nuestros días!

 

Caín y nuestra incapacidad de ver el bien ajeno.

Todos conocemos la historia, el primer homicidio de la humanidad, la primera escena de envidia, la primera escena de maldad contra un hermano, la primera representación de la depravación humana que siguió después de la caída del hombre. La historia de Caín y Abel en Bereshit 4 marca el primer acto de maldad entre humanos relatado en la escritura y viene a ser sinónimo de salvajismo y de odio.

¿Qué produjo que Caín se enojara con su hermano? Podríamos decir que se lleno de envidia porque su ofrenda fue recibida y la de él no.

¿Por qué no fue vista con buenos ojos su ofrenda? Probablemente porque no era lo mejor de los frutos del campo, la Tora nos dice que Abel: “trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró El Eterno con agrado a Abel y a su ofrenda” (Génesis 4:4).

Al decirnos esto, la Torah nos da a entender por omisión que Caín no trajo lo mejor del fruto del campo. El no agrado de Hashem no tiene que ver, como algunos han sugerido, con el hecho que era una ofrenda vegetal. Según esta postura, Hashem solo aceptaría sacrificios de animales y esa es la razón por la que no aceptó a Caín y a su ofrenda. Esto no es cierto según la escritura pues sabemos que la ofrenda vegetal fue una de las ofrendas que Hashem acepto a instituyo en la Torah. La legislación sobre la ofrenda vegetal (conocida en levítico como “Minja”) se encuentra en Levítico 2.

Ahí leemos: “y la traerá a los sacerdotes, hijos de Aarón; y de ello tomará el sacerdote su puño lleno de la flor de harina y del aceite, con todo el incienso, y lo hará arder sobre el altar para memorial; ofrenda encendida es, de olor grato a El Eterno.”(Vaikra [Levítico] 2:2)

Como vemos, la ofrenda vegetal era aceptable delante de Hashem y por lo tanto no era la razón por la que rechazó a Caín y a su ofrenda. La razón fue la actitud que Caín tuvo y no haber traído lo mejor de los frutos del campo. Esto lleno de envidia y celos a Caín como se dice en el verso: “pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante.” (4:5).

¿No es esto lo que es tan común entre los hombres? ¿Cuántas veces hemos visto que la envidia habita en el corazón de los hombres? ¿Cuántas veces hemos visto que la envidia no soporte ver el bien ajeno? ¿Cuántas veces nosotros mismos no hemos celebrado el bien de nuestro vecino por creer que nosotros merecíamos más ese éxito? Parece que el espíritu de Caín sigue estando entre los hijos de Adam hasta el día de hoy.

Hashem nos libre de dicho espíritu de odio y envidia y haga que podamos amar a nuestros hermanos y no seamos como Caín.

Tal como está escrito: “No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas” (1 Juan 3:12).

 

La sangre de Abel y su clamor.

Después de haber sido rechazado con su ofrenda, Caín estaba muy triste y no pudo enseñorearse de su instinto al mal (pecado) y terminó haciendo el primer homicidio de la historia humana. Hashem lo interrogó y finalmente dijo: “Kol Deme Ajija Tza’akim Elay min Ha’adama (La voz de las sangres de tu hermano clama a mi desde la tierra)”. (Génesis 4:10).

Las sangre de Abel clamaba por venganza y por justicia, el había sido muerto sin haber hecho ningún crimen capital y sin merecerlo, lo único que hizo fue ¡Hacer una ofrenda generosa a su Dios! Caín estaba en un gran problema y Hashem puso en él, el castigo que ya todos conocemos.

En hebreo, literalmente se habla de “las sangres” de Abel, esto debido a lo que se conoce como “plural mayestático”. Este plural no es numérico sino que se usa para enfatizar la totalidad de algo o para hablar de la intensidad de algo. De ahí que también se use dicho plural cuando se habla de la ceguera que Los ángeles causaron a los hombres de Sodoma (Génesis 19:11. El hebreo literalmente dice: “cegueras”).

Esto lo hace para describir la intensidad o extensión total de algo, toda la sangre de Abel clamaba a Hashem y la ceguera era total en los hombres de Sodoma. De igual manera se usa el plural “Elohim” para hablar de El Eterno, no porque haya más que un Dios, sino para enfatizar su inmenso poder y su total soberanía. La sangre de Abel clamaba al Eterno por justicia, el homicida debía de ser castigado y al final Hashem castigo al homicida a ser errante.

Desde entonces, Caín es el símbolo de la envidia, del odio, de los errantes, de los marcados con una señal particular y su nombre será siempre recordado como aquel que mato a su hermano inocente. En la tradición judía se dice que dicho acontecimiento tuvo lugar en un 14 de Nisan, es decir el día en donde luego en la historia del pueblo judío se sacrificaría el cordero de Pesaj (Pascua).

Por ejemplo, leemos en el tárgum: “Y sucedió que después de cierto tiempo, en el decimo cuarto de Nisan, que Caín trajo del producto de la tierra, de la semilla de lino, una ofrenda de primicias ante el Señor. Abel de su parte trajo de los primogénitos de sus ovejas” (Targum Seudo Yonatan sobre Génesis 4:3)

El tárgum sigue parafraseando y haciendo una interpretación de lo que pudo haber pasado ese día, en la opinión del Targum, Caín y Abel discutieron sobre la imparcialidad de Hashem y sobre si había otro mundo en el futuro y sobre si había razón para ser bueno. Caín dijo: “No hay juicio, no hay juez, no hay otro mundo, no hay dadivas de buena recompensa para los justos ni castigo para los malvados” (Targum sobre Génesis 4:8)

Después de haber dicho esto, Caín mato a su hermano Abel en aquel día donde en el futuro Israel ofrecería el cordero de pesaj como ofrenda en el templo, en el día catorce del mes de Aviv/Nisan. Dicha tradición nos lleva a una interesante conexión entre la sangre de Abel y la sangre de Yeshúa HaMashiaj que fue derramada el día 14 de Aviv en el siglo primero para reconciliación y para perdón de pecados de Israel y de todo el mundo.

El escritor de Hebreos nos dice que nos hemos acercado “a Yeshúa el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.” (Hebreos 12:24).

Yeshúa, el mediador del Nuevo Pacto al igual que Abel fue asesinado por hombres inicuos quienes estaban ciegos espiritualmente. Yeshúa, quien hablara de su sangre siendo derramada para el nuevo pacto, en el día 14 de Aviv, también fue asesinado por la humanidad corrupta. Como Caín, aquellos hombres mataban al que únicamente tenía un delito: Vivir rectamente delante de Dios.

La sangre de Yeshúa fue derramada con muchas similitudes con Abel, únicamente hay una diferencia: La sangre de Abel clamaba por justicia y venganza desde la tierra; la sangre de Yeshúa clama por misericordia y perdón para cada uno de nosotros desde los cielos, donde el entró en el tabernáculo celestial habiendo obtenido para siempre nuestra salvación del pecado. Su sangre sigue clamando como la de Abel, pero “habla mejor que la de Abel”, pues toda su sangre clama no para que erremos indefinidamente lejos de Dios sino para traernos de vuelta a él.

En lugar de decir como Caín: “Grande es mi castigo” (Génesis 4:13) podemos decir que grandes son las riquezas de su gracia en su sangre y que en él “tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7).

La sangre de Yeshúa no nos llevará, a todos los que hemos puesto nuestra fe en él, como el sacrificio eterno por nuestros pecados y el Mesías prometido a Israel, a la cuidad terrenal de Nod. Su sangre clama para llevarnos a la Jerusalén celestial la cual es: “madre de todos nosotros” (Gálatas 4:26)

Shabat Shalom!

Isaac Bonilla.

 

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