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54Parashot_B-05

PARASHÁ JAYEI SARÁ

Por Isaac Bonilla Catellanos
Bereshit (Génesis) 23:1-25:18
Haftará: Melajim Alef (1 Reyes) 1:1-31

Resumen de la parashá: Sara muere a los 127 años en Hebrón, Abraham viene a llorarla y solicita a los hijos de Het que intercedan con Efrón hijo de Zohar para que este venda la cueva de Macpela para enterrar a Sara. Efron accede a venderla en cuatrocientos ciclos de plata y Abraham coloca a Sara en la propiedad adquirida a dicho precio. Abraham decide conseguir mujer a Isaac su hijo, envía al siervo más adulto a conseguir mujer para su hijo amado. El siervo halla a Rivka quien es la mujer que Hashem destinó y señaló sobrenaturalmente para el hijo de su señor Abraham, Rebeca da de beber al siervo de Abraham y a sus camellos y el siervo la recompensa y va donde su padre Betuel. Rivka acepta ir con el siervo de Abraham y encuentran a Yitsjak Avinu en el Neguev, Isaac toma por mujer a Rivka y la introduce en la tienda de Sara haciéndola la nueva matriarca. Abraham toma a Ketura por mujer después de la muerte de Sara y tiene más hijos. Abraham muere lleno de días y es enterrado por su hijo Isaac y por Ishmael. Ismael llega a ser el padre de doce príncipes, su primogénito es Nebaiot, Ismael muere en presencia de sus hermanos.

Las vidas de Sara

Todos tememos ese día, todos sabemos que llegará algún día, pero decidimos olvidarlo, decidimos postergar ese pensamiento o ese sentir hasta que sea inevitable. Nadie quiere pensar en el día en el que el visitante innombrable haga su aparición, dicho visitante es el más férreo enemigo de la humanidad, ha sido el enemigo que la humanidad, desde los días de Adam, no ha podido vencer, al menos en un 99.99%. Si adivinaste: Nos referimos al día de la muerte de un ser querido o a tu propio ultimo día sobre la tierra.

Se nos perdona no pensar en ese día en un sentido, pues ¿Quién quiere vivir su vida temiendo de la muerte o pensando en la muerte? ¡Sin duda alguna esa no sería vida! Ciertamente la muerte es un enemigo histórico de la humanidad que merece ser ignorado para vivir la vida con optimismo y no con fatalismo absoluto.

El pecado y la muerte son dos cosas que únicamente eran potenciales o probables antes de lo que sabemos de Adam y Java (Eva), una vez que hubo desobediencia hubo pecado y la paga del mismo es muerte, tal como está escrito:

“Más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.” (Bereshit [Génesis] 2:17).

“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” (Romanos 5:12).

“Porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23).

Desde Adam, el problema más grande de la humanidad es el dúo pecado-muerte. Todo el mal del mundo, los problemas económicos, la escasez, la falta de integridad, las enfermedades, los desastres naturales, son productos directos o indirectos de la naturaleza caída que tenemos desde nuestros primeros padres.

La educación probó no ser la cura definitiva de la humanidad en la Alemania Nazi. Dicha nación gozaba con los adelantos académicos y tecnológicos más grandes de la época, el nivel de inteligencia de los alemanes era bastante superior y su capacidad de producción era galopante. ¿Cuál fue el resultado de esto? Un país destruido, 6 millones de judíos asesinados vilmente y la segunda guerra mundial. El hombre necesita una regeneración interna más que una mejora externa.

El hombre debe solucionar ese problema que generó lo que tenemos ahora internamente para poder vivir bien y en óptimas condiciones emocionales y espirituales. Cambiar al entorno no cambiara al individuo necesariamente, cambiar a individuos sí cambiará el entorno.

La parashá de esta semana se llama literalmente “Las vidas de Sara”, esto debido a que la palabra hebrea para vida es “jaim” la cual es un plural mayestático para enfatizar. Muchas enseñanzas sobre la muerte de Sara forman parte de la tradición judía principalmente en los midrashim. Hay algunos detalles curiosos en esta parashá en el texto hebreo que nos servirán para aprender más sobre la cura del pecado y la muerte, según la Escritura.

En el texto hebreo, se da en esta parashá lo que se podría llamar una anomalía. Si observamos el manuscrito hebreo vemos que una letra está más pequeña que las demás y totalmente fuera de lo normal, esta es la letra “kaf” en la palabra “ve-livkotah” (y a llorarla) en el verso 2.

Esto ha sido así, desde generaciones antiguas y ha sido explicado por los jajamim (sabios) como una alusión a lo pequeño del llanto de Abraham por la muerte de Sara. ¿Por qué lloró poco Abraham a Sara? ¿Acaso no la quería? ¿Acaso no vinieron a su mente tantos los momentos que habían vivido juntos como la salida de Ur, el rapto del faraón y Abimelec y el nacimiento de Isaac? ¿Era Abraham un insensible? ¿Qué nos quieren enseñar los sabios con esta interpretación?

Lo que esto significa es                que Abraham no lloró en sobremanera por Sara, porque sabía que la existencia de Sara no había llegado a un fin definitivo. Abraham sabía sobre la resurrección y sabía que Sara tendría parte en el mundo venidero donde la vería nuevamente.

El texto hebreo menciona dos veces la frase “la vida de Sara” y solamente una vez “murió Sara”. Esto es para enfatizar que en el caso de los justos hay en realidad dos vidas y una muerte. La muerte no es el fin de la existencia, es lo que divide una vida y la otra. Es por ello que Abraham podía llorar por Sara de manera prudente.

Debemos aprender varias cosas del relato de la parashá y de esta enseñanza de los jajamim: En primer lugar debemos aprender que para los justos hay dos vidas (vida en este mundo y vida eterna) y una muerte; para los inicuos hay dos muertes (muerte temporal y muerte eterna) y una vida. El que puede hacer esa diferencia con seguridad en cada uno de nosotros es Yeshúa nuestro Maestro y Salvador, él dijo:

“Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque de tal manera amó Elohim (Dios) al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Yojanán [Juan] 3:14-16).

“Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.” (Yojanán [Juan] 6:40).

“Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.” (Juan 15:13)

De él, el profeta Isaías escribió:

“Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas El Eterno cargó en él el pecado de todos nosotros.” (Yeshayahu [Isaías] 53:5-6).

Yeshúa es el perfecto sacrificio por nuestros pecados y el medio de salvación del Eterno. Su nombre precisamente significa “El Eterno Salva”. Es en su sangre, que El Eterno puede perdonar todos nuestros pecados pues cargó en él la iniquidad de todos nosotros. Para saber más sobre la salvación visita el siguiente estudio:     

http://www.mikdashmeat.com/archivos/yeshua%20el%20mesias/yeshua%20el%20regalo%20de%20dios.html

En segundo lugar, es un recordatorio de la eventualidad de la muerte de nuestros seres queridos. Mientras el Mesías no regrese y el aguijón de la muerte sea finalmente derrotado, tendremos que experimentar la muerte. Preguntémonos ¿Cómo trataríamos a nuestros seres queridos si este fuera el último día de su vida? Si los trataríamos de manera diferente, la pregunta sería ¿Por qué no lo hacemos? ¿Por qué no decir eso que sentimos? ¿Por qué no expresarles nuestro amor? ¿Por qué esperar un momento trágico para despojarnos de nuestra coraza sentimental? Tengamos siempre presente que debemos tratarlos con sumo amor y respeto y su muerte no será tan dolorosa.

En tercer lugar, la parashá nos enseña una gran lección a todos los discípulos de nuestro Maestro Yeshúa: La vida no termina con la muerte, nosotros tenemos una esperanza que nos permite ser infinitamente más optimistas a la hora de perder un ser querido: la esperanza de la resurrección.

Podemos decir que fuimos salvos de la pena del pecado, somos salvos del poder del pecado y finalmente, seremos salvos de la presencia del pecado. Esperamos ansiosamente el día de la resurrección cuando nuestro justo Rey y Mesías, venga en las nubes del cielo para resucitar a todos los que durmieron, y transformar a los que hayamos quedado con vida.

Es esto lo que nos hace “llorar poco” como Abraham. No es que no sentimos la pérdida, la sentimos, y mucho, y nuestra alma está apegada a nuestros seres queridos; lo que sucede es que tenemos esa esperanza y sabemos que estamos dando únicamente un “hasta luego” y que veremos a nuestros seres queridos en la mesa del padre Abraham con el Mesías en Jerusalén.

En este contexto podemos entender lo que Pablo dice a los creyentes de Tesalónica cuando escribe:

“Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Yeshúa murió y resucitó, así también traerá Dios con Yeshúa a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en el Mesías resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.” (1 Tesalonicenses 4:13-18).

Es por ello que Abraham pudo llorar poco a Sara, le vería cuando su descendiente más grande viniera a causar la resurrección y la era mesiánica, es por ello que como hijos de Abraham, podemos llorar a nuestros muertos, pero no como los que no tienen esperanza, sino como personas que sabemos lo que habrá un gran día: La liberación final del pecado y la muerte.

Yeshúa nos dijo que Abraham vio Su día y se gozó, Abraham proféticamente vio el día que Hashem había destinado desde antes de la fundación del mundo para la gloria del Mesías. ¿Hemos “visto” también nosotros ese día? Ciertamente todo aquel que ha nacido de lo alto espera ansiosamente ese día cuando ya no habrá “muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor”. (Apocalipsis 21:4)

¡Shabat shalom!

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