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54Parashot_A-10

Parashat Mikets

Por Prof. José Alberto Fuentes
Bereshit (Génesis) 41:1-44:17
Haftará: Zacarías 2:14-4:7

Por lo regular parashat Mikets coincide con la celebración de Janucá. Por lo tanto, me parece propicio comentar sobre dicha festividad para entender claramente su enfoque principal.

Comencemos diciendo que Janucá es una celebración muy importante para el pueblo judío. A pesar de no encontrase en la Torá, no podemos pasar por alto el contenido espiritual de la misma.

Los Rabinos nos enseñan algo muy interesante que sucede al final del capítulo 23 de Levítico. Al finalizar el resumen de las fiestas bíblicas, inmediatamente la Torá dice:

Habló Hashem a Moisés, diciendo: Manda a los hijos de Israel que te traigan para el alumbrado aceite puro de olivas machacadas, para hacer arder las lámparas continuamente. Fuera del velo del testimonio, en el tabernáculo de reunión, las dispondrá Aarón desde la tarde hasta la mañana delante de Hashem; es estatuto perpetuo por vuestras generaciones.  Sobre el candelero limpio pondrá siempre en orden las lámparas delante de Hashem. (Levítico 24:1-3)

Para algunos rabinos esta es una fuerte alusión a la festividad de Janucá, que la Torá está proféticamente anunciando.

En el judaísmo Janucá es normativa, pues en ella está la ordenanza rabínica (mitsvá d´rabanán) de encender las luces de Janucá. Esta ordenanza está inspirada en los dos milagros que ocurrieron: El triunfo del pequeño ejército de los macabeos y el milagro del aceite que duró ocho días, cuando sólo debió durar uno, por poseer una sola redoma de aceite.

Podemos notar la importancia de esta festividad para el judaísmo si echamos un vistazo a las bendiciones que se recitan:

“Bendito eres Tú, oh Eterno, Dios nuestro, Rey del Universo, que nos santificaste con Tus preceptos y nos ordenaste encender la vela de Janucá”.

“Bendito eres Tú, oh Eterno, Dios nuestro, Rey del Universo, que obraste milagros con nuestros padres en tiempos pasados, en esta época.”

El primer día se agrega:

“Bendito eres Tú, oh Eterno, Dios nuestro, Rey del Universo, que nos preservaste la vida, nos conservaste y nos permitiste llegar a este tiempo”.

“Encendemos éstas velas con motivo de las salvaciones, milagros y maravillas que has realizado para con nuestros antepasados en aquellos días en esta época, por intermedio de Tus Santos Sacerdotes. Estas luces son sagradas durante los ocho días de Janucá, y no nos es permitido emplearlas de ninguna manera sino solamente observarlas para agradecer y alabar Tu gran Nombre, por Tus milagros, maravillas y salvaciones.”

Qué hermoso es ver como el pueblo judío cumple el propósito de su constitución como nación santa y pueblo de Dios, apartando para el Eterno un tiempo específico, en este caso los ocho días de Janucá. De aquí aprendemos una gran lección: durante nuestro caminar por este mundo, debemos santificar y llenar de luz, todo lo que nos rodea, incluso el tiempo.

Cabe mencionar a modo de aclaración, que la mitsvá (mandamiento) del encendido de la vela de Janucá es exclusiva para el pueblo judío, por lo tanto, el no judío temeroso de Dios, aunque celebre la festividad y encienda las velas, no debe pronunciar las bendiciones antes presentadas.

Ahora bien, la festividad está envuelta de varios significados y simbolismos. De hecho, Janucá comparte raíz con la palabra jinuj que significa educación. Trataremos con la ayuda del Eterno de presentar una reflexión que nos eduque para seguir por los caminos de la eternidad.

Para conocer el marco de la historia debemos mirar el primer libro de Macabeos. Se nos cuenta a modo de introducción, acerca del reinado de Alejandro el Grande, cómo conquistó el mundo de su época. Algo importante es recalcar que su ideal no sólo era conquistar militarmente sino también cultural y filosóficamente.

La corta vida de Alejandro no le permitió cumplir su sueño, ver un mundo unificado (“Nuevo orden mundial”) dirigiéndose a un solo destino, el helenismo. A pesar de su muerte se levantó un cuerno pequeño y perverso de su reinado, como el mismo libro lo dice. Este rey, llevaría el deseo por el helenismo a un nivel excéntrico y completamente nefasto.

Este nuevo rey es Antíoco IV Epífanes. Históricamente hablando, el rey después de sufrir una aplastante derrota en una batalla en Egipto, se desquitó de su ira. Primero irrumpió en Jerusalén llevándose todo el oro del templo. Luego volvió para instalar la “abominación desoladora” vaticinada por Daniel, en el capítulo 8 de su libro. El libro de Macabeos describe la horrible tribulación de aquellos días.

Lo preocupante de esta tribulación a diferencia de lo que trató de hacer Hamán (Libro de Ester), era que no tenía que ver meramente con la exterminación física del pueblo judío sino con su exterminación espiritual. Preguntémonos¿Qué define al judío? Su alianza con Dios, la Torá y los mandamientos. Si le quitas eso al judío lo destruyes.

A lo largo de la historia hemos visto como se ha querido anular la identidad hebrea (la luz). Tenemos el caso de Ester, Ananías, Azarías, Misael y Daniel por mencionar personajes bíblicos. Justamente en esta parashá también podemos ver a un Yosef que recibe una identidad diferente, y aunque los sabios dicen que traía barba y peyot y vestía como un tsadik la Torá escrita parece indicar lo contrario.

Entonces Faraón envió y llamó a José. Y lo sacaron apresuradamente de la cárcel, y se afeitó, y mudó sus vestidos, y vino a Faraón. Génesis 41:14

Entonces Faraón quitó su anillo de su mano, y lo puso en la mano de José, y lo hizo vestir de ropas de lino finísimo, y puso un collar de oro en su cuello. Génesis 41:42

No sólo la imagen de Yosef cambió sino también el nombre que es la primera identidad que recibe el ser humano.

Y llamó Faraón el nombre de José, Zafnat-panea; y le dio por mujer a Asenat, hija de Potifera sacerdote de On. Y salió José por toda la tierra de Egipto. (Génesis 41:45)

Tan cierta es la identidad egipcia que recibió Yosef que sus hermanos no lo reconocen.

José, pues, conoció a sus hermanos; pero ellos no le conocieron. (Génesis42:8)

Aunque con buenas intenciones en algunos casos, la verdad del asunto, espiritualmente hablando, es quitar la identidad hebrea para que las fuerzas del mal prevalezcan. Se nos ha enseñado que Yosef es un prototipo del Mesías, entonces no ha de extrañarnos que a Yeshúa le hayan robado su identidad judía tanto en apariencia como en cambio de nombre; presentándolo como un filósofo griego y llamándole Jesús.

Profundizando más, podemos decir que el sueño de las vacas flacas que se comen a las vacas gordas (Génesis 41:19-20) insinúan estos cambios de identidad que se han presentado a lo largo de la historia; las vacas flacas símbolo de las fuerzas malignas que se comen a las gordas, símbolo del pueblo de Israel, es con la intención de hacer desaparecer la luz del pueblo elegido y las luminarias que de él han salido incluyendo al Mesías. De tal manera que esto también alude a que las fuerzas malignas se alimentan de los pecados que llegan a cometer las vacas gordas, es decir, aquellos individuos santos que en algún momento son seducidos por la mala inclinación y comenten transgresiones llegando al punto de la asimilación, y esto trae aún más mal al mundo, por eso dice el texto que a pesar de que las vacas flacas devoran a las gordas aún siguen feas y flacas (Ibíd. 41:21).

Sin embargo, a pesar de los intentos por destruir la identidad judía, lo que resulta de esto es finalmente el triunfo del judaísmo (la luz), gracias a los hombres fieles. Lo mismo pasó en la historia de Janucá.

¿De qué manera se quería borrar la identidad judía?

Leemos en el libro de Macabeos lo siguiente:

El rey promulgó un decreto en todo su reino, ordenando que todos formaran un solo pueblo y renunciaran a sus propias costumbres. Todas las naciones se sometieron a la orden del rey y muchos israelitas aceptaron el culto oficial, ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el shabat. Además, el rey envió mensajeros a Jerusalén y a las ciudades de Judá, con la orden escrita de que adoptaran las costumbres extrañas al país:  los holocaustos, los sacrificios y las libaciones debían suprimirse en el Santuario; las shabatot y los días festivos debían ser profanados;  el Santuario y las cosas santas debían ser mancillados;  debían erigirse altares, recintos sagrados y templos a los ídolos, sacrificando cerdos y otros animales impuros;  los niños no debían ser circuncidados y todos debían hacerse abominables a sí mismos con toda clase de impurezas y profanaciones,  olvidando así la Ley y cambiando todas las prácticas. El que no obrara conforme a la orden del rey, debía morir.  Mucha gente del pueblo, todos los que abandonaban la Ley, se unieron a ellos y causaron un gran daño al país, obligando a Israel a esconderse en toda clase de refugios. El día quince del mes de Kislev, en el año ciento cuarenta y cinco, el rey hizo erigir sobre el altar de los holocaustos la abominación de la desolación. También construyeron altares en todas las ciudades de Judá.  En las puertas de las casas y en las plazas se quemaba incienso. Se destruían y arrojaban al fuego los libros de la Ley que se encontraban.  (1 Macabeos 1:41-56).

Según el escritor de Macabeos, el Eterno permitió que esto pasara debido a que varios habían abandonado las leyes de la Torá incluso antes de la envestida militar de Antíoco Epífanes. El Eterno en su pre-conocimiento, conocía del orgullo, la soberbia y la iniquidad del rey griego y lo usó para sus propósitos y el cumplimiento de sus profecías sabiendo de antemano como respondería a la situación.

El judaísmo enseña, quizás como ningún otro sistema, la existencia del libre albedrío y que Dios no obliga a nadie al mal. Los rabinos dejaron plasmado esto en varias frases, siendo la más popular, la famosa máxima: “Todo está en manos del cielo, excepto el temor al cielo.” (Berajot 33b)

Sin embargo, el Eterno es todopoderoso para cumplir sus propósitos sin anular el libre albedrío de sus criaturas. Esto ha sido comparado a un juego de ajedrez. En ese juego Dios es el maestro y campeón de ajedrez y nosotros los seres humanos somos el jugador novato. Aunque movemos nuestras piezas por decisión propia, hay alguien por encima de nuestra sabiduría encaminando nuestros pasos y decisiones para cumplir un propósito, en este caso Dios.

El Eterno tenía que probar la firmeza de su pueblo. Ya que antes de la llegada del malvado Antíoco, algunos en el pueblo cambiaron su identidad por iniciativa propia como dice el relato:

De ellos surgió un vástago perverso, Antíoco Epífanes, hijo del rey Antíoco, que había estado en Roma como rehén y subió al trono el año ciento treinta y siete del Imperio griego. Fue entonces cuando apareció en Israel un grupo de renegados que sedujeron a muchos, diciendo: “Hagamos una alianza con las naciones vecinas, porque desde que nos separamos de ellas, nos han sobrevenido muchos males”. Esta propuesta fue bien recibida, y algunos del pueblo fueron en seguida a ver al rey y este les dio autorización para seguir las costumbres de los paganos. Ellos construyeron un gimnasio en Jerusalén al estilo de los paganos, disimularon la marca de la circuncisión y, renegando de la santa alianza, se unieron a los paganos y se entregaron a toda clase de maldades. (1 Macabeos 1:10-15)

De aquí aprendemos que muchos males que nos ocurren son producto de nuestros actos, nos pasamos la vida culpando a otros de nuestros males y errores, cuando deberíamos primeramente escudriñar nuestros caminos.

A pesar de todo esto hubo un puñado de hombres conocidos como jashmonaim (jashmoneos) que decidieron luchar por el legado espiritual que habían recibido y, aunque eran pocos, sabían que un pequeño acto positivo, en aras el cielo, mueve al universo entero.

¡Te das cuenta del potencial que tenemos todos los seres humanos! Si tan solo entendiéramos cabalmente este principio espiritual, y la importancia de nuestros pensamientos, palabras y acciones cambiaríamos nuestro mundo. Los sabios dicen: “Cuando yo cambié, cambió el mundo

Si usamos la lógica es imposible que unos pocos judíos recuperaran el templo y lo re-dedicaran a pesar de la opresión de un gran ejército.  

De ahí que Zejaría Hanaví (el profeta) escribiera: “No por el poder ni por la fuerza, sino por mi Espíritu, dice el Eterno de los Ejércitos”. (Zac. 4:6)

Está escrito sobre los pocos que vencen a los muchos:

Cuando la vida de Matatías llegaba a su fin, este dijo a sus hijos: “Ahora reinan la insolencia y el ultraje, es tiempo de perturbación y de furor desencadenado. Por lo tanto, hijos míos, ardan de celo por la Ley, dando la vida por la Alianza de nuestros padres. Recuerden las obras que realizaron nuestros padres en su tiempo: así alcanzarán una inmensa gloria y una fama imperecedera. ¿Acaso Abraham no fue hallado fiel en la prueba y por eso Dios lo contó entre los justos? Yosef, en el momento de la angustia, observó la Ley, y así llegó a ser señor de Egipto. Pinjás, nuestro padre, por su ardiente celo, recibió la alianza de un sacerdocio eterno. Yehoshúa, por haber cumplido la palabra de Dios, llegó a ser juez en Israel. Caleb, por haber dado testimonio ante la asamblea, recibió una herencia en el país. David, por su piedad, heredó un trono real para siempre. Eliyahu, por su ardiente celo por la Ley, fue arrebatado al cielo. Ananías, Azarías y Misael, por haber confiado en Dios, fueron salvados de la llama.  Daniel, por su integridad, fue librado de las fauces de los leones. Adviertan, entonces, que a lo largo de las generaciones los que esperan en él no sucumben jamás. No teman las amenazas de un hombre pecador, porque su gloria acabará en podredumbre y gusanos; hoy es exaltado y mañana desaparece, porque habrá vuelto al polvo de donde vino y sus proyectos quedarán frustrados. Por eso, hijos míos, sean valientes, y manténganse firmes en el cumplimiento de la Ley, ya que gracias a ella serán colmados de gloria. (1 Macabeos 2:49-64)

Estas conmovedoras palabras son la esencia misma de la celebración, los milagros que vinieron después, como el del aceite, son sólo el resultado de la victoria espiritual, la firmeza y fidelidad a su identidad y legado como linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Di-s, para anunciar las virtudes de Aquel que los llamó de las tinieblas a su Luz admirable. (1 Ped. 2:9)

Esa fue su verdadera victoria. Sin duda muchos murieron por defender su creencia, la Torá y las mitsvot, pero su legado ha llegado hasta nuestros días y eso los hace vencedores.

Aprovechando el tema de los sueños de faraón, hay un comentario muy interesante del rabino Samuel Miskin shelita que quiero compartir.

Si contrastamos los sueños de los reyes que aparecen en la Biblia como los de faraón (Génesis 41), el sueño de Nabucodonosor (Daniel 2) y aún el sueño de Alejandro el Grande, con los sueños de Yaacov (Génesis 28) y el sueño de otro rey, Shelomó (1 Reyes 3) podemos aprender algo muy importante con respecto a Janucá.

Cada persona sueña con sus ilusiones y anhelos más caros. El faraón sueña con bienes materiales: ganado y cereales: Nabucodonosor con poder, Alejandro el Grande con la conquista del mundo. Yaacov con una escalera donde arriba de ella estaba Dios. El rey Shelomó con sabiduría. Los dos primeros reyes amanecen perturbados, abatidos y desventurados, en el caso de Alejandro una muerte prematura.

En cambio, Yaacov y Shelomó amanecen serenos, confiados y felices, de hecho, para el sabio rey Shelomó su sueño fue motivo de ofrendas y festejos.

Era comprensible, las vacas de hermoso aspecto y gruesas de carne; del sueño del faraón, acabaron siendo devoradas por las vacas flacas. Y la imagen grande y refulgente, del sueño de Nabucodonosor tenía la cabeza de oro, el pecho y brazos de plata, más los pies de barro, y con pies de barro no se puede llegar lejos.

Ningún imperio fundado en el materialismo perdura mil años, mas perdura por la eternidad el imperio fundado en el espíritu, imperio con el que soñaron Yaacov el patriarca de Israel y el sabio rey Shelomó.

Los sueños de faraón y Nabucodonosor fueron también los sueños de los emperadores asirios, persas y griegos. Todos ellos soñaron con riqueza, gloria y poder, no deteniéndose ante nada en su empeño de conseguirlo.

Para nadie es un secreto que los griegos aportaron mucho a la civilización occidental, forjaron su cuerpo y su mente, pero dejaron a un lado el alma. El judaísmo en cambio, aportó a la humanidad los valores más elevados del espíritu: justicia, verdad y paz.

Los griegos acompañaban sus convicciones con espada, en cambio los judíos con el Libro. El pueblo judío fue, y será siempre, el pueblo del Libro, del Libro Sagrado; de la Torá.

Janucá entonces significa el triunfo del espíritu sobre la materia, del Libro sobre la espada y de la verdad sobre la mentira.

Quiera el Eterno, bendito sea, que esta celebración nos dé la fuerza espiritual para ser firmes y fieles a la Torá a pesar de las pruebas y el materialismo que nos seduce constantemente a dejar la espiritualidad, nuestra esencia.   

Finalmente hay algo especial que hay que mencionar, proféticamente esta porción nos habla de los últimos tiempos, como bien dice el nombre mismo de la parashá, “mikets”, “al final”. Muchos nos preguntamos ¿qué pasará al final?, ¿Quién vencerá? hay un secreto que revelan los sabios. Esto es que al final el espíritu de Elohim se manifestará nuevamente en Yosef, ¿Quién es Yosef? Yosef representa tres conceptos:

Primero alude al pueblo de Israel como está escrito: Esta es la historia de la familia de Jacob: Yosef” (Génesis 37:2); alude también a las naciones pues se dijo de uno de sus hijos, Efrayim: “su descendencia formará multitud de naciones” (Ibíd. 48:19); y también representa al concepto más elevado, el Mashíaj, como dijeron los sabios: La gente estará de luto por la muerte del Mesías ben Yosef. (Sucá 52ª)

¿Cómo sabemos que el espíritu de Elohim se manifestará al final?

Primero recordemos que el Eterno anuncia el final desde el principio (Isaías 49:9-10), está escrito en los primeros versículos de la Torá:

Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. (Génesis 1:2, énfasis añadido)

No es casualidad que, en esta parashá, que es la décima, se repita el mismo concepto de la primera parashá, pero ahora hablando del espíritu de Elohim reposando en Yosef, como está escrito:

Y dijo faraón a sus siervos: ¿Acaso hallaremos a otro hombre como éste, en quien esté el espíritu de Dios? (Ibíd. 41:38, énfasis añadido)

Los sabios dicen que el espíritu de Dios de Génesis 1:2 alude al Mashíaj. Por lo tanto, cuando el mismo concepto es presentado reposando sobre Yosef alude a que Yosef es el primer Mesías. Los que conocemos la identidad del Mesías sabemos que Yosef es un prototipo de nuestro maestro Yeshúa, por lo tanto habla de él más que del personaje histórico.

Enseña el rabino Yitsjak Ginsburg que la exclamación del faraón acerca de Yosef antes citada: ¿Hanimtsah Cazeh Ish Asher Ruaj Elokim Bo? ¿Acaso hallaremos a otro hombre como éste, en quien esté el espíritu de Dios? Nos da la clave para entender el secreto.

La suma de los valores numéricos de las iniciales de esta frase: hei caf alef alef reish alef bet, es 230, igual que el valor de la parasháque nos ocupa, mikets.

El mensaje es que al final (mikets) el espíritu de Elohim se posará nuevamente sobre Yosef, esto es, sobre el pueblo de Israel, sobre las naciones y el mismo Mesías revelándose a todo el mundo, entonces el triunfo será definitivo. Justo la festividad de Janucá tiene la fuerza espiritual para que eso suceda pronto y en nuestros días.

Shabat Shalom

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