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54Parashot_B-16

PARASHÁ BESHALAJ

Por Isaac Bonilla Castellanos
Shemot (Éxodo) 13:17-17:16
Haftará: Shoftim (Jueces) 4:4-5:31

Resumen de la parashá: Hashem decide no llevar al pueblo por la tierra de los filisteos, aunque era un camino más corto sino que da instrucciones para el viaje. Moshé se encarga de llevar los huesos de Yosef. Hashem va delante del pueblo protegiéndolos en la columna de fuego o en la nube. Hashem ordena acampar delante de Pi-Hahirot y el faraón toma 600 carros escogidos y su ejército para perseguir al pueblo. Hashem ordena a Moshé abrir el mar con su vara, el mar se abre y los hijos de Israel marchan en lo seco en medio de él. Los egipcios son ahogados en el mar al tratar de perseguir a los hijos de Israel. Israel cree en el Eterno y en su siervo Moshé y entonan al unisonó una canción a Hashem. Miriam también toma un pandero y canta con las mujeres. El pueblo llega a Mará donde las aguas están amargas. Hashem instruye a Moshé con respecto a un árbol, este lo echa a las aguas y se vuelven dulces. Hashem da leyes a los hijos de Israel (según algunos comentaristas entre ellas sobre el shabat) y promete alejar las enfermedades y plagas puestas en Egipto de la nación israelita. El pueblo tiene hambre y se queja por falta de pan. Hashem promete que hará llover pan del cielo, el cual tendrá que ser recogido diariamente por los hijos de Israel, únicamente no caerá en el día de shabat; así que el pueblo tendrá que recoger doble el día sexto de la semana. Hashem también daría codornices al pueblo para comer carne e instruye a Moshé concerniente al shabat y sus restricciones. Además dice a Aharón que recoja un gomer de maná y que lo ponga delante del testimonio. El pueblo vuelve a tentar a Hashem en Meribá. Hashem dice a Moshé que golpee la roca y esta dará agua. Amalec ataca al pueblo y Josué es enviado a la batalla. Moshé sube a un monte e intercede por Israel y siempre que levanta las manos, Israel prevalece. Josué finalmente deshace a Amalec a filo de Espada. Moshé levanta un altar llamado Hashem-nisí, esto es, el Eterno es mi estandarte.

Lecciones del cruce del mar y de Mará: adoptados y protegidos.

La parashá de esta semana tiene muchos tópicos, podríamos disertar sobre cada uno de ellos largamente viendo sus principales explicaciones, aplicaciones, alusiones mesiánicas, proféticas y midrashim elaborados por los jajamim en torno a todos estos tópicos. La parashá nos narra la continuación de la salida de Egipto y la liberación total del yugo del faraón en el cruce del Mar de Juncos. Además, nos narra como el pueblo, al salir de Egipto, comenzó un ciclo de quejas y de recepción de bondades de Hashem de múltiples cosas.

En esta ocasión, hablaremos de las lecciones prácticas que esta parashá trae para nuestras vidas y que podemos aprender de ella y vivir llenos de optimismo, fe y felicidad. Hay una sola cosa que hubiera hecho que los hijos de Israel se evitaran problemas en su travesía por el desierto, si sólo hubiesen tenido presente esta verdad cada día, no hubieran vociferado en quejas de continuo contra Moshé y Aharón. No es ningún concepto profundo ni oculto a nuestros ojos ni los de ellos; sino que fue la misma revelación de la zarza: la fidelidad de Hashem.

Si recordamos lo visto en la parashá VaErá, Hashem no únicamente es “El Shadai”, el Elohim todo suficiente que tiene un gran poder. El también es “Ehiyé asher Ehiyé”, “Yo seré el que seré” o “Yo soy el que soy”, es decir, no únicamente hace las cosas en el pasado, sino que su ser es constante y no está sujeto a mutación o cambio. Los Escritos Apostólicos nos dicen que en Hashem “no hay mudanza, ni sombra de variación” (Jacobo 1:17. También conocido como Santiago).

Debido a esto, los hijos de Israel debían recordar, que aquel que los libró de Egipto, era también fiel y poderoso para seguir guardándolos en el desierto. Hashem no era un Dios como el de los egipcios, el cual únicamente tenía mitos sobre cosas hechas en un pasado desconocido; El Eterno pudo, puede y podrá sostenernos, pues él es fiel y sus promesas no caen al suelo sin cumplimiento.

Los hijos de Israel debían pensar: “Si El Eterno nos sacó de Egipto con su gran poder por medio del cordero de pesaj y haciendo grandes juicios, ciertamente no fue para dejarnos morir aquí. El debe tener un propósito para nosotros y nos proveerá según su gran poder y gloria”.

Ciertamente después del cruce del mar, debía ser claro para los hijos de Israel, el ilimitado poder de Hashem y su buena voluntad para poder bendecirlos. El fin de cada milagro era darles a conocer más y más de su carácter para que pudieran tener una base para confiar en su fidelidad.

No importaba si faltaba agua potable (como en Mará), si faltaba pan o carne (como en Sin), agua en lo absoluto (como en Refidim) o si alguien amenazaba su vida (como con Amalec); Hashem, el Elohim que los sacó de Egipto, podía proveer para todo eso pues los había adoptado como hijos.

La fidelidad de Hashem es la clave para esperar en sus promesas, es la clave para no morir en el desierto, es la razón para mantenernos optimistas y llenos de fe y esperanza. Su fidelidad es grande, la escritura dice:

“Por la misericordia del Eterno no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.” (Lamentaciones 3:22-23)

“Porque recta es la palabra de El Eterno, Y toda su obra es hecha con fidelidad.” (Tehilim [Salmos] 33:4)

“Porque El Eterno es bueno; para siempre es su bondad, Y su fidelidad por todas las generaciones.” (Salmo 110:5)

Su fidelidad es lo que nos hace estar seguros con respecto al futuro, la redención final, su propósito para nuestras vidas; si no fuese por esto, nuestro espíritu decaería. La fidelidad del Eterno es la clave para una vida espiritual madura. Aquel que ha aprendido a esperar en el Eterno, ha madurado en su fe y en su andar.

Como creyentes en Yeshúa nuestro Maestro, sabemos que las promesas de Hashem nunca son vacías, huecas y sin cumplimiento. Sus promesas de redención espiritual en el Mashíaj fueron cumplidas en Yeshúa, en su primera manifestación pública. El cumplirá las promesas de la redención final en su segunda manifestación.

En Yeshúa, sabemos que Hashem cumple sus promesas por su gran fidelidad como se nos dice:

“porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios. Y el que nos confirma con vosotros en el Mesías, y el que nos ungió, es Dios, el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones.” (2 Corintios 1:20-22)

Los hijos de Israel pasaron un proceso muy definido: Promesas de salvación/liberación – Salvación por medio del cordero de pesaj – Cruce del mar siendo legalmente adoptados por Hashem al perecer el faraón – Dadiva de la Torá, la norma para obedecer a Elohim por amor y fidelidad a él.

Nuestra salvación personal también se refleja en la historia del pueblo en Egipto: Recibimos promesas de salvación en Yeshúa, vinimos a la salvación de nuestros pecados por medio de Yeshúa, el cordero de Elohim que quita el pecado del mundo. Luego, hicimos tevilá (Bautismo) en la autoridad de Yeshúa siendo recibidos legalmente como parte del cuerpo del Mesías. Inmediatamente, Hashem espera que guardemos sus preceptos, no como requisito para salvación, sino para obedecerle y vivir piadosamente delante de él.

Shaúl (Pablo) de Tarso, aplica midráshicamente (homiléticamente, con un significado profundo en vías de una enseñanza) el cruce del Mar de Juncos a la tevilá, él nos dice: “y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar.” (1 Corintios 10:2)¿Significa esto que todos los Israelitas hicieron una tevilá o bautismo, cuando cruzaron el mar? Claro que no, Pablo no lo dice literalmente, sino que utiliza la historia para hacer un parangón muy importante entre la salvación nacional  del pueblo en Egipto, y nuestra salvación personal de nuestros pecados.

Después del cruce del Mar de Juncos, legalmente los hijos de Israel no tenían más Amo que Hashem y una autoridad puesta por él, Moisés; De igual manera, al formar parte legal del cuerpo del Mesías, en la tevilá (en griego “baptizo”), tenemos únicamente un Dios, el Padre, y un Señor, Yeshúa HaMashíaj.

Los hijos de Israel, debían saber que si fueron redimidos por Hashem y adquiridos como posesión de él, él cuidaría de ellos en el desierto. El únicamente deseaba que el pueblo confiara en él siempre para poder proveerle y tener una relación intima y cercana con ellos, tal como está escrito: “¡Oh, si me hubiera oído mi pueblo, Si en mis caminos hubiera andado Israel! En un momento habría yo derribado a sus enemigos, Y vuelto mi mano contra sus adversarios. Los que aborrecen al Eterno se le habrían sometido, Y el tiempo de ellos sería para siempre. Les sustentaría Dios con lo mejor del trigo, Y con miel de la peña les saciaría.(Salmo 81:13-16. Énfasis añadido)

El salmista describe como, haber esperado en Hashem oyendo sus palabras con fe, hubiera traído como consecuencia una provisión sobrenatural. Muchas veces, somos puestos en el desierto para que nos demos cuenta de la gloriosa mano de Hashem para nuestra vida, y cómo él tiene cuidado de nosotros para mejorar nuestra relación con él.

Muchas veces creemos que lo mejor sería que el Eterno nos diera todo lo que necesitamos de una vez, quizás pensamos que debemos tomar el camino corto para obtener lo que “merecemos”. Pero, así como Hashem no condujo por el camino corto al pueblo, sino que lo llevó por el desierto y al monte Sinaí para darles la Torá, de la misma manera somos llevados por él para aprender a confiar en él y obedecerle.

El Talmud contiene una narración sumamente interesante y hermosa en este respecto. Ahí Shimón Bar Yojai cuenta una parábola muy ilustrativa sobre la razón del maná y su provisión diaria. Ahí leemos:

“R. Simón b. Yojai fue preguntado por sus discípulos: ¿Por qué no descendió el maná a Israel una vez al año? Él respondió: daré una parábola: Esto puede ser comparado a un rey de carne y hueso que tenía un hijo, a quien proveía de mantenimiento una vez al año, por lo que iba a visitar a su padre una vez al año. Luego, él proveyó para su mantenimiento todos los días, por lo que su hijo tenía que visitarlo todos los días. Lo mismo con Israel. Uno que tuviera cuatro o cinco hijos se preocuparía, diciendo: Tal vez ningún maná bajará mañana, y todos morirán de hambre. Así, tenía que dirigir su atención a su Padre en el Cielo.” (Yoma 76a).

Como vemos, nuestra necesidad muchas veces es impuesta para tener que depender de Hashem y que nuestra relación con él sea cercana, no lejana, monótona o “innecesaria” en nuestro pobre parecer. Así como el hijo de la parábola, nosotros debemos depender de Hashem cada día, como Israel dependía cada día de él para recibir el maná.

Seguramente nuestro Maestro tenía esto en mente cuando enseñó a sus discípulos a hacer su plegaria diciendo: “El pan nuestro de cada día dánoslo hoy. (Mateo 6:11)

Muchas veces, esto que es tan sencillo y básico de comprender intelectualmente, es olvidado en la practica en nuestra vida espiritual. Definitivamente nuestro instinto de supervivencia y nuestra mala inclinación, no desean la dependencia diaria del cielo; sin embargo, únicamente dependiendo diariamente de Hashem, podemos estar seguros que estamos en el camino de la madurez.

Cada creyente que ha nacido de nuevo y ha sido regenerado por Hashem ha pasado de muerte a vida, de oscuridad a luz, del reino de las tinieblas al reino de Elohim y su ungido. ¿Cómo podemos pensar que Aquel que nos recató de todo esto, no podrá proveernos? ¿Cómo se nos ocurre desconfiar o tentar a Hashem, después de que él nos libró de todo lo pasado?

Shaúl de Tarso lo describe insuperablemente: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32)

Lógica simple: No hay más regalo de parte de Dios que dar a su hijo por nosotros; si él nos dio eso, ¿tendría algún inconveniente en dar algo menos trascendental? Definitivamente no. Probablemente en alguna disertación, Moshé pudo decir algo similar a los hijos de Israel: “Aquel que os salvó de Egipto y no escatimó esfuerzos para librarlos ¿Cómo nos os dará todas las demás cosas en este peregrinaje?”

Debemos confiar en Hashem pues sabemos que su glorioso poder es suficiente ayer, hoy y siempre para proveer para sus hijos, tal como está escrito: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Yeshúa el Mesías.” (Filipenses 4:19)

Que en esta parashá aprendamos un sencillo principio: Dios no adopta al que no podrá criar ni cuidar. Así como después del cruce del mar, Hashem podía proveer; él sigue siendo “HaShem Yiré” para ver por nuestra necesidad en este peregrinaje de la vida. El puede y desea hacerlo,

¡Bendito sea su nombre por su fidelidad!

שלום שבת

¡Shabat shalom!

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