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54Parashot_A-25

Parashat Tsav

Por Prof. José Alberto Fuentes
Vayikrá (Levítico): 6:8-8:36
Haftará: Jeremías 7:21 – 8:3; 9:22-23

Parashat Tsav hace un énfasis especial en el elemento fuego. Esto hace  que los rabinos comenten sobre los versículos en donde este elemento se hace presente; sin duda un elemento importantísimos en el servicio divino a lo largo de la Torá.

El fuego arderá continuamente en el altar; no se apagará. (Levítico 6:13; Heb. 6:6)

Comentarios y analogías positivas sobre este texto han existido durante un largo tiempo en el judaísmo, presentaremos un par de ejemplos de ello. 

Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti. (Rabí Shaúl – 2 Timoteo 1:6)

La Torá prohíbe apagar el fuego del Altar. Por el contrario: el fuego debe ser atendido constantemente, agregándole leña tanto como haga falta, de modo tal que la llama se eleve en forma constante. Y si está prohibido apagar siquiera una sola brasa del altar físico (Zevajim 91), cuanto más grande será la prohibición de apagar siquiera una sola brasa ardiente del altar espiritual, que es el corazón judío.

El ansia de santidad, la llama del corazón que siempre aspira a elevarse más y más, hacia arriba, hacia su fuente, siempre deberá alimentarse y fortalecerse, a través del razonamiento, la sabiduría y el discernimiento, con la iluminación de las Mitsvot y la luz de la Torá. (Orot ha Kodesh)

Como vemos, esta es una parte muy positiva del elemento fuego pero, así como existe un lado positivo, también hay una parte del fuego que es destructiva, cosa que también menciona la Torá en futuras porciones, cuando habla del “fuego extraño”. Ahora bien, si estamos llevando la analogía del fuego al ámbito de la dimensión interna del ser humano, debemos hablar de aquello que hace que el elemento fuego sea catastrófico en la vida de las personas, y saber cómo apagar esos incendios internos o usarlos de manera positiva como bien apuntan las dos citas anteriores.

Los sabios de Israel que nos preceden ya han analizado este tema a fondo, por lo que acudiremos a la literatura de aquellos que se han convertido en los terapeutas de nuestras almas. Como bien saben aquellos que siguen los estudios que presento, tengo una afinidad especial con el Jajam Amram Anidjar shelita, por lo que presentaré extractos de su obra “El control de la vida” para tener una visión más nítida de lo que causa el elemento fuego en la persona.

Según la cabalá, tanto el mundo está compuesto de cuatro elementos como el hombre al ser un microcosmos también. Los cuatro elementos de la Creación son: fuego, aire, agua y tierra.

Estos cuatro elementos tienen un origen espiritual y tienen relación con las cuatro letras del nombre de Dios.

El gran cabalista Rabí Jaim Vital, alumno del Arizal, escribió que todas las cualidades del ser humano – tanto positivas como negativas – provienen de esos cuatro elementos. Lo que varía entre un ser humano y otro es solamente el porcentaje en que están combinados.

Elemento Fuego

El fuego tiende a dirigirse siempre hacia arriba y su color exclama: “Mírame, estoy aquí”, y su calor te advierte: “No te acerques ni me toques, porque saldrás lastimado”. El fuego arrasa y quema sin control, y crece a cuenta de lo que se atraviesa en su camino. En su lado positivo emana luz y calor, y en forma controlada tiene muchas aplicaciones. Además, hace siempre alusión a la parte energética del ser humano como el alma, el mundo celestial y el estudio de la Torá.

Por tanto, la persona que posee una alta dosis del elemento fuego, en su lado negativo será una persona llena de orgullo, presumida, ¡y pobre de aquel que se atreva a tocarla o hacerla enojar! Será capaz de arrasar con él, quemándolo públicamente. Además, será una persona que buscará de quien burlarse para seguir creciendo, usando a quien se deje como combustible. Esta cualidad de orgullo los lleva también a la ira, el fuego del enojo se desata y termina dejando tras de sí solo cenizas.

Al enorgullecerse y enojarse puede llegar también al odio, ya que, al ver la situación caótica, las cenizas y el mal ambiente que provocó, se frustra y genera una medida de odio. Pero debido a que por su orgullo no puede odiarse ni culparse a sí mismo, empieza a odiar a los demás.

En el aspecto espiritual, el elemento fuego hace alusión al estudio de la Torá, como indica el versículo en Devarim 33:2, “Con su derecha les entregó una ley de fuego”, ya que el estudio de la Torá consiste en conceptos muy elevados que elevan a la persona espiritualmente, como el fuego que siempre desafía la ley de la gravedad y asciende hasta el cielo.

Además, el fuego equivale a energía, y toda la parte del estudio de la Torá representa la parte de energía en la existencia de la persona que da sentido a su vida en este mundo y el venidero.

Tomando el control de nuestras vidas analizaremos los aspectos negativos del efecto del elemento fuego.

El orgullo

Dice Rabí Jaim Vital que el orgullo es la raíz de muchas malas cualidades de la persona. El orgullo no permite a la persona actuar ni tomar las decisiones correctas en la vida, ya que analiza todo basado en él.

No es fácil apagar el fuego del orgullo, pero es muy necesario. De lo contrario, quizá la persona goce de los momentos de orgullo, pero en general tendrá una vida llena de conflictos y desilusiones.

El enojo

El enojo llega en situaciones y en momentos inesperados. Simplemente llega a tu punto débil, ya sea por medio de una frase, una acción, un comportamiento, pareciera que tocaran tu “botón rojo” para hacerte estallar.

Por ello dijo la Guemará (Nedarim 22:1): “El que se enoja, el infierno está en él”.

Nuestros Sabios quisieron decir, además de la analogía entre infierno y fuego, que la vida de quien se enoja de manera constante está llena de sufrimientos y, prácticamente, por no cuidar su salud, vive un infierno terrenal.

Y al respecto dijo el Rey Salomón en Kohelet (11:19): “Quítate el enojo de encima y evitarás sufrimientos en tu carne”.

En el aspecto espiritual, dice Rabí Jaim Vital (Shaar Rúaj HaKodesh 10:2): “Mi maestro, el Arizal, ponía más énfasis en la mala cualidad del enojo que en cualquier otro pecado. El motivo es porque el enojo daña la neshamá (alma) pura de la persona, pues cuando se enoja esta santidad sale de ella y ese lugar vacío es invadido por las fuerzas negativas, las cuales, con mayor facilidad, le incitan a pecar. Y lo construido durante mucho tiempo y con mucho esfuerzo es derrumbado en un momento de enojo”.

Por eso dijo el Rey David (Tehilim 10:4, según la traducción de nuestros Sabios): “Para el que se enoja no hay Dios”. Es decir, en el momento en que uno se enoja ya no le importa nadie; su fuego arrasa con todo, incluso con Dios.

Dice el versículo (Yeshayahu 2:22): “Abandonen y aléjense de la persona que se enoja con facilidad, porque es como un altar de idolatría”, dice el Zohar (Tetsavé 182a): “El que se enoja equivale a un idólatra, porque su parte espiritual pura, lo ha abandonado, y la parte impura lo ha invadido”.

En resumen, desde el ángulo que queramos verlo, el enojón y el orgulloso pierden su calidad de vida, como dice la Guemará (Pesajim 150a): “De tres personas su vida no es vida: una de ellas es la enojona”. Por esto concluye Maimónides (Deot 2:3): “El enojo es una de las peores cualidades y la persona necesita alejarse de ella hasta el otro extremo.

Controlando el fuego

Para reparar éstas malas cualidades, usaremos la fórmula general de Maimónides conocida como Teshuvat HaMishkal, la cual enseña que, para reparar una mala cualidad, hay que irse por un tiempo al otro extremo, a fin de poder al final estar equilibrado e “ir por el camino de en medio”.

Por ejemplo, el tacaño, deberá irse al otro extremo: derrochar por un tiempo, para poder después llevar una vida equilibrada monetariamente, al igual que el orgulloso debe usar de contrapeso la humildad, el chismoso el silencio, y así sucesivamente.

Por tanto, para apagar un poquito el fuego, necesitaríamos justamente algo del lado positivo del elemento tierra, que aporta humildad, apacibilidad, calma y tranquilidad; ya que, de forma natural, el que posee mucho fuego carece de tierra (Consultar el libro para más información sobre el elemento tierra).

La humildad

Una de las mejores cualidades que puede poseer el ser humano es la humildad. Ésta le ayuda a disfrutar de la vida, pues, al tener siempre las expectativas bajas y no esperar honores de los demás, cualquier reconocimiento pequeño que se le haga es ganancia. Además, el humilde siempre aceptara un reproche.

La Guemará (Julín 89a) sobre el versículo de Devarim 7:7, el cual habla del amor que nos tiene Dios, dice: “Amo a los humildes, pues, aunque los llene de dones, de grandeza y de honores, siguen siendo humildes. Di a Abraham riqueza, bienes, grandeza, y él decía: ‘Soy polvo y ceniza’. Di a Moshé el honor de sacar a mi pueblo de Egipto haciendo maravillas y milagros sobrenaturales, de bajar la Torá y muchas cosas más, y dijo: ‘Y nosotros, ¿qué somos? Di a David reinado, poder y victorias, y él decía: ‘Soy un gusano’, a diferencia de la gente a la que di poder y ya se creían demasiado”.

De aquí que nuestros Patriarcas y Sabios, al ver siempre la grandeza de Dios y la infinita sabiduría de la Torá, entendieran qué tan pequeños eran y así mantenían la humildad.

Relatan que cuando llegó el alumbrado público a Bené Berak en Israel, el Sabio Jazón Ishcaminaba con varios de sus alumnos por la calle y, al llegar debajo del poste, se detuvo y les dijo: “¡Qué enseñanza tan grande me ha dado este poste, ya que cuando uno está lejos de la luz, su sombra es muy grande, y a medida que se acerca, su sombra se achica! Y debajo directamente de la luz, no hay sombra. Así ocurre cuando estamos lejos de la verdad y de la luz Divina: nos creemos muy grandes… Nos pasará lo contrario cuando estemos totalmente debajo de ellas”.

Apaciguar el enojo

Para lograr trabajar con el enojo y controlarlo, necesitamos conocer cómo funciona desde un punto de vista psicológico. La persona enojona, debido a su orgullo, culpa a todos menos a ella y anda siempre quejándose que no se merece lo que le pasa ni la clase de vida, llena de problemas que tiene.

La cura para esto es el sabio consejo que encontramos en nuestros textos sagrados, el cual consiste en el siguiente concepto: “Nada te sucede si no te lo mereces, y todo lo que te pasa es consecuencia de tus propios hechos. Toda acción causa una reacción”.

Explican nuestros Sabios que al dormir por la noche nuestra alma se eleva hasta los cielos y se presenta ante Dios. Una vez allí, por una parte, rinde cuentas por lo vivido en el día anterior y, por otra parte, se le informa de los planes celestiales para el día de mañana.

En el hipotético caso de que avisaran al alma que, al día siguiente, a las tres de la tarde, en el cruce tal atropellará a una persona, el alma pide a Dios cancelar el decreto y evitar ese hecho. Muchas veces por bondad y misericordia de parte del Creador, esta petición es aceptada y, por tanto, se decreta que mañana a las 2:58 de la tarde, se desinflará una llanta del auto. Claro, al despertar la persona no tiene la menor idea de este diálogo. Y a los dos y media de la tarde del día siguiente sale a una importante cita de trabajo. A las 2:58 no sólo se revienta la llanta sino también la persona, maldiciendo a todos.

Si tuviera un poco de humildad y fe, y aplicara el sabio consejo, simplemente diría: Kapará, no hay mal que por bien no venga. Con un nivel mayor de fe y sabiendo que todo lo que ocurre en la vida está bajo control de Dios, sólo alzaría la vista al Cielo y diría: “Aunque no Te entiendo, gracias”.

A veces sufrimientos que deberían pasarnos a nosotros en nuestro cuerpo, les pasan a nuestras cosas materiales. En un versículo del Rey David dice: “El metal se rompió y nosotros nos salvamos” (Tehilim 124:7).

Éste es el simple concepto conocido como “isurim, sufrimientos en la vida que limpian nuestros pecados, y cuando llegan, sólo tienes dos alternativas: recibirlos con calma, fe y confianza en Dios, y con eso limpiar; o enojarte, gritar, dañar…Y con eso en vez de cerrar una cuenta, abres una nueva.

Veamos esto desde otro ángulo: conocemos el concepto de “pruebas en la vida”, las que justamente nos presentan una oportunidad para crecer. Dios nos manda en la vida situaciones o personas que ponen a prueba nuestra resistencia y nuestro control, sólo para después poder ponernos la corona del Rey, pues hemos ganado una lucha. Así, cada vez que llegue algo que detone nuestra furia, debemos frenarnos por un instante y preguntarnos: ¿Qué quiere Dios de mi ahora? ¿Cómo puedo crecer por medio de esta situación?

Hay mucho que estudiar y analizar para llegar a este nivel y mantenernos.

Después de una prueba, uno mismo debe examinarse para ver cómo reaccionó; si se molestó, gritó, humilló, maltrató verbal o físicamente, rompió algo. Después de que el fuego cesa y ve las cenizas que quedaron, lo más probable es que se sienta mal consigo mismo. Sin embargo, el que logra auto dominarse, controlar la situación, se siente alegre, se siente rey.

Limitar el fuego positivo

Ya dijimos que en el lado positivo del fuego está la fuerza del estudio de la Torá, que fue comparada con él. También el estudio de la Torá debe controlarse.

Dice la Guemará (Yebamot 65b): “De la misma forma que es mitsvá decir algo de Torá para que te escuchen, también es mitsvá no decir algo que no será bien recibido.”

Nuestro deber es prender con nuestro fuego a aquellas velas apagadas, pero hay que medir la cantidad, la calidad, las exigencias y el modo en que vas a hacerlo. Si no, en vez de prender la vela vas a derretirla.

Por ello Moshé, antes de su fallecimiento, al dar su último discurso, antes de bendecir a cada tribu y despedirse dijo: “Escuchen los Cielos mi clamor, y escuche la Tierra mis suaves palabras; que caigan como fuerte lluvia mis reproches, que goteen como rocío mis palabras” (Devarim 32:1-2).

Observando estos dos versículos, notamos que cada uno está dividido en dos partes: la primera parte de cada versículo suena dura y la segunda suave. La explicación que Moshé nos enseña con esto es la fórmula para transmitir el fuego de la Torá: “A los Cielos -a los elevados, la gente preparada y ya muy elevada espiritualmente- clama, reprochables y deja caer sobre ellos tus palabras como fuerte lluvia. Pero a la tierra -la gente simple, que apenas comienza el camino espiritual- háblale suave y que tus palabras goteen sobre ellos como el rocío, ya que las flores necesitan rocío y los cedros lluvia”.

También a nivel personal en nuestro avance debemos controlarnos.

La Guemará (Jaguigá 14b) relata sobre cuatro grandes rabinos que quisieron entrar en los altos niveles de la Cábala, que consiste en el desdoblamiento, elevación y transportación del alma a la dimensión celestial, avanzando y abriendo puertas, y captando conceptos para los que se necesita mucho estudio y gran nivel. El problema fue que no todos estaban bien preparados. Uno de ellos Rabí Akivá les dijo: “Cuando lleguen a cierto lugar no se equivoquen al interpretar lo que ven, no curioseen y se pasen los voltajes que no son capaces de aguantar”. El resultado fue que solo Rabí Akibá subió y bajo en paz. Para los demás los resultados no fueron buenos.

Para terminar, dice la Mishná en Pirké Avot (2:10): “Respeta a las brasas”, es decir, “la Torá y el que la enseña: demasiado cerca, queman; demasiado lejos, no calientan. Ubícate a la distancia correcta. Disfruta su luz y calienta tu alma, pero no te pases para que no te quemes”.

Conclusión

Es importante saber que, normalmente, la mayoría de las cualidades no deben eliminarse por completo, sino regularse y canalizarse.

Veamos este concepto en la escena culminante de la historia judía, en la que Moshé sube al monte Sinaí y baja con las tablas de la ley. En el Midrash se analiza cuál es el motivo de que fuera escogida por Dios precisamente esta montaña, y la respuesta encierra justamente lo dicho: “Todas las montañas presumían y eran muy orgullosas, y Dios no mora con el orgulloso. Por eso escogió a la montaña del Sinai que fue humilde”.

Cabe preguntar: si esto es para simbolizar el concepto de humildad, ¿Por qué la Torá no se nos entregó en un valle, o mejor aún, a unos kilómetros de ahí, se encuentra el Mar Muerto, el lugar más bajo del mundo (420 metros por debajo del nivel del mar)? ¡Eso sí habría simbolizado la humildad!

La respuesta es obvia: eso no se llama humildad. Eso ya es depresión, amargura. Por eso se llama justamente Mar Muerto, porque no tiene vida, y es salado porque esa clase de vida es amarga, llena de lágrimas saladas. La Torá se entregó sobre una montaña humilde, sí, ¡Pero una montaña!

Hay que ser humildes, pero hasta un límite.

Con esta gran lección, ahora sí podemos tener la justa medida de fuego sobre nuestro altar interno, sin que este se apague, es decir debemos mantenernos pendientes de este elemento en todo momento, como la orden que recibieron los cohanim.

Esta terapia también es de gran ayuda para esto días cercanos a la festividad de pesaj, porque justamente uno de los aspectos más importantes a tratar en pesaj es el orgullo tipificado en el jamets.

Espero que esto sea de mucha bendición.

Shabat shalom

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