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54Parashot_B-44

PARASHÁ DEVARIM

Por Isaac Bonilla Castellanos
Devarim (Deuteronomio) 1:1-3:22
Haftará: Yeshayahu (Isaías) 1:1-27

Duras palabras de amor

En esta semana comenzamos a explorar el último libro de la Torá, cuyo nombre en hebreo es “Devarim” que traducido es “palabras”. La primera parashá posee el mismo nombre y narra una pequeña recapitulación de ciertos sucesos acontecidos en la travesía por el desierto y registrados en los primeros libros de la Torá de Moisés.

Por esta razón, en las traducciones modernas se le llama “Deuteronomio”, que significa “segunda ley” o “repetición de la ley” (Este nombre es derivado de la versión Septuaginta). En gran medida, el libro de “Devarim” es una repetición comentada y ampliada por Moisés; en el encontramos sucesos acontecidos en Éxodo, Levítico y Números así como también, más leyes necesarias para la nueva generación que estaba a punto de entrar a la tierra prometida.

El título en hebreo para el libro también es pertinente desde el punto de vista devocional y espiritual. El libro de Devarim está compuesto en gran medida de consejos, reprensiones y exhortaciones hechas por Moshé a la nueva generación de israelitas. Moshé da muchas reprensiones recordando el pecado de la generación que salió de Egipto y como el Eterno no se agradó de ellos, sino que dijo: “No verá hombre alguno de estos, de esta mala generación, la buena tierra que juré que había de dar a vuestros padres.” (1:35)

En buenas porciones del libro de “Devarim”, Moshé tiene palabras duras para los hijos de Israel, quizás no son las palabras que convencionalmente desearíamos encontrar en la despedida de un gran líder y caudillo; sin embargo Moshé amaba tanto al pueblo de Israel, que estaba dispuesto a ser claro con ellos para evitar que su historia fuera una repetición de la generación que salió de Egipto. Moshé tenía duras palabras de amor, el amor se preocupa por el otro y está dispuesto a palabras no tan cómodas cuando se trata de cuidar, proteger y corregir algo que hará daño.

Sin duda alguna, el suceso más funesto registrado y recordado por Moshé en esta parashá es lo acontecido a los diez espías y el castigo de la generación del desierto por su incredulidad y perversidad. Moshé vuelve a recordarlo para hacer hincapié en no repetir esos mismos errores y hacer que la ira santa y justa del Eterno venga sobre su pueblo otra vez.

En esta misma línea, la haftará (sección de los profetas) de esta semana es el famoso pasaje de Isaías donde él arremete en una fuerte reprensión contra el pueblo judío y sus gobernantes en el siglo VIII antes de la era común. Las duras palabras de Moshé y de Isaías, buscaban hacer que el pueblo escapara del juicio, tuviera arrepentimiento y confiara en el Eterno, su escudo y su ayuda.

No es coincidencia que en cada año la parashá Devarim coincida con el shabat previo a Tishá Be’Av (9 de Av). El día noveno del quinto mes del calendario judío es sin duda alguna el más trágico en el calendario. Muchas catástrofes acontecieron al pueblo en ese día. El primer templo fue destruido por los babilonios en el año 586 AEC, el segundo templo fue destruido en el año 70 de nuestra era por los romanos, la fortaleza de Betar cayó en este día, los judíos fueron expulsados en el año 1492 de la tierra de España en un Tishá Be’av, entre otras cosas.

Según la tradición (Mishná Ta’anit 4:6) también el reporte de los diez espías fue dado en un Tishá Be’Av. En este sentido, el primer Tishá Be’Av fue trágico porque se decidió el juicio contra la generación entera por no haber creído en las buenas palabras de Hashem, sino en el pesimismo y la falta de fe de los 10 espías.

En memoria de todas estas desgracias, y para meditar en sus caminos y volverse del mal, Tishá Be’av es un día de ayuno para todo el pueblo judío. La Biblia lo llama: “el ayuno del mes quinto.” (Zacarías 8:19)

Cada año en el shabat previo a Tishá Be’av tenemos la oportunidad de meditar en nuestros caminos, tener una seria inspección, volvernos de nuestro orgullo y malos hábitos, decidir caminar íntegramente delante del cielo, enmendar nuestras veredas torcidas.

Moshé e Isaías nos recuerdan lo que ha pasado cuando no atendemos la voz del cielo, cuando persistimos en nuestra obstinación, cuando oímos claramente lo que debemos hacer pero terminamos haciendo lo que queremos hacer. El shabat previo a Tishá Be’av (Shabat Jazón) es el shabat de las duras, y a la vez, suaves palabras de amor.

Duras porque nos duele ver cómo nos hemos alejado de lo que debemos ser, duras porque estamos plenamente conscientes del daño causado, duras porque no podemos creer que hicimos cosas que nunca concebimos, nunca planeamos, pero que finalmente realizamos. Al mismo tiempo, son suaves y dulces palabras; nos gustan porque nos quedamos totalmente asombrados de que con todo y lo malo, aún hay esperanza para nosotros, porque no podemos comprender el inefable amor del Eterno que sigue esperando pacientemente que hagamos teshuvá. Una hora de arrepentimiento en este mundo, dirán los sabios, es más que toda la vida en el mundo venidero (donde ya no podremos tener el mérito de arrepentirnos, pues nuestra naturaleza será reformada).

Como hemos mencionado en la parashá Shelaj lejá, la generación del desierto tiene una gran similitud con la generación que vio el ministerio y obras de nuestro Maestro. La generación del desierto es descrita como perversa tal como la generación de nuestro Maestro. Ambas generaciones tuvieron los despliegues de milagros más grandes de la historia bíblica, ambas generaciones no creyeron, son descritas como malas, y pierden la promesa hecha. El cumplimiento no será perdido, será dado a otra generación.

Tanto Juan el Bautista como Yeshúa vinieron predicando un sencillo mensaje: “Arrepentíos porque el reino de los cielos (la era mesiánica) está a las puertas”. Este era el sencillo mensaje conocido como “la buena nueva del reino” o “el evangelio del reino”. El mensaje consistía en algo como esto: “El reino de los cielos, esto es la era mesiánica de paz y justicia perdurable está a las puertas, a punto de hacerse manifestar, el Mesías ha llegado, si como nación respondemos con arrepentimiento, la era Mesiánica se manifestará con todo su esplendor”.

Esta “buena nueva” fue similar a lo que Moshé dijo a la generación del desierto, como está escrito: “Mira, el Eterno tu Dios te ha entregado la tierra; sube y toma posesión de ella, como el Eterno el Dios de tus padres te ha dicho.” (Devarim [Deuteronomio] 1:21)

Sin embargo como sabemos, ambas buenas nuevas del Eterno no fueron creías por ambas generaciones. El resultado fue el mismo: juicio contra la generación y el retardo del cumplimiento de las promesas del Eterno a otra. En el caso de la generación del desierto, la tierra prometida fue dada a otra generación, en el caso de la generación de nuestro Maestro, fue ni más ni menos que la era Mesiánica.

Nuestro Maestro sabía que la falta de arrepentimiento nacional de Israel haría inevitable el juicio del Eterno, la vara del juicio y los futuros destructores del templo, no serían esta vez los babilonios, sino alguien mucho peor: el imperio romano. Contemplando proféticamente lo que los romanos harían, el lloró, se lamentó sobre Jerusalén, e incluso en la hora de su muerte llamó a las hijas de Tsión a no llorar por él, sino por lo que los romanos harían a sus hijos. Leemos en los Escritos Apostólicos lo siguiente:

“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta. Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor.” (Mateo 23:37-39)

“Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán.” (Lucas 19:41-43)

“Pero Yeshúa, vuelto hacia ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron.” (Lucas 23:28-29)

Si alguien lloró, se lamentó y sintió en su corazón el Tishá Be’av del año 70 por anticipado, este fue nuestro Santo Maestro. El vio cómo el templo sería destruido, básicamente lo que estaba diciendo fue: “¡Cuánto quise que la redención final viniera pero no quisiste al no hacer teshuvá! Por tanto, el exilio será profundizado y el Bet Hamikdash será destruido. La redención final aguardará hasta el día que me digáis: ¡Baruj Habá Beshem Ado-nay!”.

Para Yeshúa la destrucción del templo no era la necesidad teológica de un sistema fallido, era la destrucción de la casa de su padre. El exilio del pueblo judío y que Jerusalén fuera hollada por los gentiles era la más terrible desgracia. Lastimosamente, como dirá el Talmud, esa generación fue culpable de “sinat jinam”, esto es odio gratuito, y lejos de hacer teshuvá, esa generación hizo todo lo posible para traer la ira del Eterno.

La respuesta desesperada de los zelotes intentando vencer a los romanos por sus propias fuerzas y sin la aprobación del cielo, es similar a la derrota que la generación del desierto sufrió en Jormá (14:39-45). Nuevamente la obstinación siguió a la incredulidad y la falta de arrepentimiento de la generación.

Nuestro Maestro, al igual que Moshé, advirtió que Hashem no estaría con ellos en esta obstinación, al no haber adoptado el programa del cielo para recibir las promesas del Eterno, la obstinación no era la opción. Yeshúa advirtió claramente que: “Cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado. Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que estén en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella.”(Lucas 21:20-21)

La historia atestigua que los judíos creyentes en Yeshúa huyeron a Pela cuando vieron la convulsión que llegaba a Jerusalén. Atendiendo a la advertencia de Yeshúa, la mayoría de sus discípulos escapó de la horrible suerte de la obstinación de los zelotes y la destrucción de los romanos.

Lo acontecido en el año 70 es algo tan terrible, que cualquiera que lea lo que Josefo describe en su libro “Guerras de los judíos” se conmoverá grandemente. Él estima que más de un millón de judíos murieron en la destrucción del templo, 97 000 fueron vendidos como esclavos para servir en trabajos duros o de entretenimiento en el Coliseo. El templo fue destruido hasta la última piedra y los romanos pusieron sus abominaciones en el lugar y sacrificaron a dioses paganos. Más tarde, Adriano llamaría a Jerusalén “Aelia Capitolina”, en honor a sus dioses.

Cuando consideramos a todos los que murieron del hambre en esos días de verano y de calor, podemos entender las palabras de nuestro Maestro cuando dijo: “Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos.” (Lucas 23:30)

El hambre, el calor, la sangre en el templo, el sitio de los zelotes, los falsos profetas comprados por los zelotes dando falsas esperanzas de paz, como en el tiempo de Jeremías, la espada, la humillación, el exilio, todo es demasiado horrible para ser verdad… Pero lo fue.

En este shabat tenemos el llamado de la las duras palabras de Moshé, Yeshayahu y de nuestro Maestro y Redentor Yeshúa HaMashíaj. Preparémonos para el ayuno meditando en nuestros caminos, lamentando por Sión pues los que se lamentan por Jerusalén, serán consolados juntamente con ella, tal como se dice:

“Alegraos con Jerusalén, y gozaos con ella, todos los que la amáis; llenaos con ella de gozo, todos los que os enlutáis por ella” (Isaías 66:10)

      שבת  שלום

¡Shabat shalom!

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