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54Parashot_A-51

Parashot Nitsavim / VaYelej

Por Prof. José Alberto Fuentes
Devarim (Deuteronomio) 29:10-30:20 / 31:1-30
Haftará: Oseas 14:2-10; Miqueas 7:18-20; Joel 2:15-27

En esta ocasión que se leen dos porciones de la Torá, presentaré algunos enfoques y comentarios de sabios de Israel de textos sobresalientes de las parashot.

“He colocado ante ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal; aquello que te comando hoy: amar a Hashem tu Dios, ir por Sus caminos, observar Sus preceptos, Sus decretos y Sus ordenanzas… Pero si tu corazón se endurece y no escuchas, y te descarrías, y te postras ante dioses extraños y los sirves, Yo te digo hoy que ciertamente te perderás… He colocado la vida y la muerte ante ti, la bendición y la maldición; y elegirás la vida, para que vivas, tú y tu descendencia…”  (Devarim 30:15-19)

Najmánides explica (Génesis 1:4) que la palabra tov – “bueno” – se refiere a algo eterno, y que la palabra ra – “mal” – se refiere a algo temporal. Este punto de vista es intuitivamente razonable: Dios quiere que el bien dure por siempre mientras que el mal es claramente un fenómeno temporal. De acuerdo a esta percepción, un rashá no es necesariamente una persona malvada en el sentido común de la palabra, sino que  es meramente una persona que elige lo temporal y lo efímero en lugar de elegir lo eterno. (Rav Noson  Weisz)

“Pues este precepto que te ordeno hoy, no te está oculto… no está en el Cielo… ni está por encima del mar… pues está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para hacerlo” (Devarim 30:11-14)

La Torá nos dice que este precepto no está por encima del mar; está en nuestra boca y nuestro corazón, para cumplirlo. En otras palabras, uno podría pensar que está encima del mar…

¿Cómo es posible que algo tan cercano como la boca y el corazón puedan confundirse con algo tan lejano como el cielo o como el mar?

El hombre consiste de dos elementos contrapuestos: el cuerpo y el alma. Si ponemos nuestra neshamá, nuestra alma, a cargo del cuerpo, podremos alcanzar un nivel más grande que el de los ángeles. Pero si dejamos que el cuerpo domine nuestro lado espiritual, entonces seremos como animales. Porque, así como el animal no sabe lo que es la sabiduría y el discernimiento, y prefiere la paja y el forraje, la persona que se centra en lo físico no le siente sabor a lo espiritual. Es así como el hombre es una amalgama de dos elementos tan dispares como el cielo y la tierra.

Eso es lo que nos enseña aquí la Torá: Cuando una persona le da la espalda al enorme valor que posee el mundo espiritual, ese mundo se aleja de él en extremo, y, para él, se encuentra literalmente “en el cielo”. Pero la Torá le dice que, en realidad, “está muy cerca de ti”, si tan solo permites que lo espiritual domine a lo físico, entonces “está en tu boca y tu corazón para hacerlo”.

Estas palabras expresan el enorme potencial con que cuenta el hombre. En un segundo, puede elevarse a niveles exaltadísimos, al traer a la Torá a su boca y a su corazón, al acercar a él lo más alejado del mundo: en una fracción de segundo un solo pensamiento puede transportarlo de la sombra más lúgubre a la luz más resplandeciente, elevándolo a alturas insospechadas. “No te está oculta”. (Mayaná shel Torá)

“Reúne a la congregación, los hombres, las mujeres y los niños… de modo que ellos escuchen y aprendan…” (Devarim 31:12)

Cada siete años, el Rey lee la Torá en presencia de la nación entera. Esta es la Mitsvá de Hakhel. Aunque los niños no entendían los que les era leído, los padres recibían recompensa por traerlos.

Esto nos revela un principio importante en la educación de los niños. Aunque ellos hagan ruido y sean una distracción para sus mayores, la experiencia para ellos es irremplazable; pues ellos sienten, a través de osmosis, la importancia de la Torá. Aunque ellos no puedan entender ni una palabra, han libado una lección vital: que la Torá es la sangre viva del Pueblo Judío.

Rabí Yaakov Kamenetzky z’l una vez visitó un jardín de niños de una escuela de Torá. Al notar que todas las mezuzot en las puertas estaban puestas en el tercio inferior del dintel de las puertas, destacó: “Es una hermosa idea poner la mezuzá en un lugar en que los niños puedan fácilmente alcanzarlas y besarlas, pero por favor pónganlas en el lugar que corresponden, en el tercio superior del dintel, y que los niños usen un taburete para alcanzar la mezuzá. De lo contrario crecerán pensando que pueden poner la mezuzá donde quieran. Uno no educa niños con falsedades”.

Esta historia sirve como parábola para toda nuestra relación con la Torá.

Debemos subir a la Torá, no bajar la Torá a nuestro nivel. Donde sea que se haya intentado hacer el judaísmo “más fácil” el resultado es que la gente viene a despreciar y rechazarla por completo. Puede ser que no seamos más que niños espirituales, pero nunca creceremos hasta la madurez a menos que alcancemos esa “mezuzá”. Y entonces, quizás, algún día, podremos alcanzarlas nosotros mismos, sin la ayuda de taburetes. Pero si aprendemos que no tenemos que hacer ningún esfuerzo para elevarnos hacia la Torá, cometeremos el error de pensar que estamos a la altura de la Torá – que no necesitamos hacer ningún esfuerzo para cambiar nosotros mismos positivamente y mejorarnos. Por ende, quitaremos la base de la Torá y no tendremos motivo para crecer. Nos sentaremos como pigmeos contentos consigo mismos, convencidos que ya somos gigantes espirituales. (Basado en una historia de Rabí Zelig Pliskin) 

“Y Moshé fue y les dijo estas palabras a todo Israel” (Devarim 31:1)

¿Por qué la Torá no nos dice a dónde fue Moshé?  En cada judío que vivió, en todas las épocas de la historia, hay una chispa de Moshé Rabenu. Allí es donde fue Moshé. Ese fue su lugar de descanso. Por eso el versículo concluye diciendo: “Y Moshé fue (y les dijo estas palabras) a todo Israel”.

Tal vez esa sea una de las razones por las cuales nadie sabe en dónde está enterrado Moshé: porque la última morada de Moshé se encuentra en el corazón de cada judío. (Rabí Mijael Schoen) 

Reconozco su rebeldía y terquedad. Si incluso mientras estoy vivo entre ustedes hoy, se rebelan contra Dios, ¡ciertamente lo harán después de mi muerte! Reúnan a los sabios y yo hablaré estas palabras y llamaré al cielo y a la tierra para que testifiquen. Porque sé que después de mi muerte el pueblo se irá fuera del camino por el cual los he guiado, y enojarán a Dios” (Devarim 31:27-29)

El rabino S.R. Hirsch comenta (parafraseado): “Nada puede probar el origen divino de la misión de Moshé tanto como estos versos. Si la “Ley de Moshé” fuera sólo un conjunto de leyes escritas por Moshé, ¡el mundo no podría tener un tonto más grande que Moshé! Qué insensatez más grande que dar leyes que son tan completamente opuestas a las ideas e inclinaciones de la gente a la cual están orientadas. Incluso el legislador mismo está completamente consciente de que en los siglos venideros el pueblo no aceptaría la Ley, ni la Ley aceptaría a la gente.

“Y como estrategia final para alcanzar el objetivo propuesto, designar como garante “al cielo y a la tierra” y no dejar otro medio más que el Libro de la Ley y sus enseñanzas – que a pesar de todo ¡no se perderá de sus hijos y de los hijos de sus hijos!

“Y si ahora observamos los miles de años de este pueblo y este “Libro de Moshé” y consideramos cómo finalmente y en tiempos de los peores sufrimientos, este pueblo se ha pegado tan profundamente a la Torá, que por ella han soportado martirios históricos sin paralelo, y esta Torá se ha convertido en las “alas de águila” en las cuales la ley de Dios ha llevado al pueblo judío sobre todas las pruebas en el mundo que sólo han ofrecido discordia y desprecio, malos entendidos y amargura y las ha transformado en poderes frescos de espíritu y vida. Y no sólo eso, sino que se ha convertido en la fuente de Vida y de Verdad de todas las naciones. Es el Árbol de Vida, sus semillas acarreadas a toda la humanidad por sus hijos esparcidos…

“Qué ser pensante, cuando lee la declaración final de Moshé – y luego permite que su mente pase por la historia de este pueblo y de este libro – puede negarse a aceptar que esta Torá no es el trabajo de Moshé, sino la “Ley de Dios” de la cual somos mensajeros, para que el pueblo judío y la Torá sigan siendo el dedo de Dios que guía a la humanidad”. (Rav Avi Geller)

Shabat Shalom

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